lunes, 5 de diciembre de 2016

¿Tenemos arreglo?

Está clarísimo que nuestro estado de ánimo nos condiciona. No todos los días nos levantamos con las mismas ganas de hacer cosas, algunos días ni siquiera tenemos ganas de salir de la cama (o del sofá).

Más aún cuando de lo que se trata es de plasmar, a través del teclado, lo que pensamos, o hemos oído que otros piensan, o lo que ocurre, o nos parece que ocurre, …

Llevo días dándole demasiadas vueltas a ‘mis circunstancias’, como diría Ortega y Gasset. Y eso se traduce en que no hay 'feeling' con el texto escrito, o, mejor dicho, con el texto aún por escribir.

Dicho lo cual, continúo con lo que me trae hoy por aquí.

Tomé nota hace algunas semanas de una publicación en el Diario Sur que se hacía eco de otra noticia de su grupo editorial (El Correo de Bizcaia, del grupo Vocento).

Dicha entrada se compartió en el dichoso ‘libro de caras’ y era acerca de una señora, madre, que buscaba un abuelo para su hija. Por lo visto, la pequeña le había pedido que le buscara un ‘aitona’, alguien que diera paseos con ella, que le leyera cuentos, que le diera cariño, ya que ya no podía contar con la presencia del abuelo ‘de verdad’.

Vivimos en un mundo que no está acostumbrado a estas cosas. Vas por la calle, estás en casa, en cualquier parte, y, sea donde sea donde mires, la gente está a su bola, agarrados a un artilugio electrónico, ensimismados, totalmente abstraídos del mundo que les rodea, siempre, claro está, que ese mundo no les aparezca en la pantalla de su móvil de ultimísima generación. Todo lo que ocurre alrededor  de esas 5 pulgadas no importa, no existe, no cuenta.

Parece mentira que yo diga esto, siendo, como soy, informático, pero la verdad es que le damos demasiado protagonismo a los cacharros y a los ‘interneses’.
Por supuesto que tienen muchas cosas buenas, cómo no, pero tienen una cosa malísima, que nos encierran en una burbuja de la que algunos no son capaces de escapar.

La noticia de la niña que pide un abuelo es poca cosa. Es el mensaje que transmite lo realmente importante. Aún hay esperanza. Parece que no todo lo que nos rodea es aséptico, impersonal, egoísta, carente de solidaridad.

Os copio un texto de esos ‘para reflexionar’.

Este era un enorme árbol de manzanas al cual un niño amaba mucho. Todos los días jugaba a su alrededor, trepaba hasta el tope, comía sus frutos y tomaba la siesta bajo su sombra. El árbol también lo quería mucho.
Pasó el tiempo, el niño creció y no volvió a jugar alrededor del árbol. Un día regresó y escuchó que este le decía con cierta tristeza:
-¿Vienes a jugar conmigo?
Pero el muchacho contestó:
-Ya no soy el niño de antes que juega alrededor de los árboles. Ahora quiero tener juguetes, y necesito dinero para comprarlos.
-Lo siento---dijo el árbol-. No tengo dinero, pero te sugiero que tomes todas mis manzanas y las vendas; así podrás comprar tus juguetes.
El muchacho tomó las manzanas obtuvo el dinero y se sintió feliz. También el árbol fue feliz, pero el muchacho no volvió. Tiempo después, cuando regresó, el árbol le preguntó:
-¿Vienes a jugar conmigo?
-No tengo tiempo para jugar; debo trabajar para mi familia y necesito una casa para mi esposa e hijos. ¿Puedes ayudarme?
-Lo siento -repuso el árbol-. No tengo una casa, pero puedes cortar mis ramas y construir tu casa.
El hombre cortó todas las ramas del árbol, que se sintió feliz, y no volvió.
Cierto día de un cálido verano, regresó. El árbol estaba encantado.
-¿Vienes a jugar conmigo? -le preguntó.
-Me siento triste, estoy volviéndome viejo. Quiero un bote para navegar y descansar, ¿puedes dármelo?
El árbol contestó:
-Usa mi tronco para construir uno; así podrás navegar y serás feliz.
El hombre cortó el tronco, construyó su bote y se fue a navegar por un largo tiempo.
Regresó después de muchos años y el árbol le dijo:
-Lo siento mucho, pero ya no tengo nada que darte, ni siquiera manzanas.
El hombre replicó:
-No tengo dientes para morder ni fuerzas para escalar, ya estoy viejo.
Entonces el árbol, llorando, le dijo:
-Realmente no puedo darte nada. Lo único que me queda son mis raíces muertas.
Y el hombre contestó:
-No necesito mucho ahora, sólo un lugar para reposar. Estoy cansado después de tantos años...
-Bueno -dijo el árbol-, las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven, siéntate conmigo y descansa.
El hombre se sentó junto al árbol y este, alegre y risueño, dejó caer algunas lágrimas.
Esta es la historia de cada uno de nosotros, el árbol son nuestros padres. De niños, los amamos y jugamos con ellos. Cuando crecemos los dejamos solos; regresamos a ellos cuando los necesitamos, o cuando estamos en problemas. No importa lo que sea, siempre están allí para darnos todo lo que puedan y hacernos felices. Usted puede pensar que el muchacho es cruel con el árbol, pero ¿no es así como tratamos a veces a nuestros padres?

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