He vuelto a asomarme por aquí.
No sabría decir muy bien por qué justo hoy. Quizá por costumbre, quizá porque me picaba algo por dentro. De vez en cuando uno necesita dejar caer unas líneas, aunque sea para sí mismo. Por si alguien las lee. Por si a alguien le sirve. Por si acaso.
Esto lo escribí hace tiempo. Lo he desempolvado y le he quitado algunas telarañas. Me sorprende que, con muy poco, haya vuelto a encajar. Lo preocupante es eso.
Seguimos igual… o casi
Han pasado ya unos cuantos años desde la última vez que publiqué por aquí. Iban a ser solo unos días sin escribir, un descanso breve. Luego el silencio se acomodó, y ya ves.
Desde entonces han cambiado muchas cosas, dicen. Lo que antes nos parecía normal ahora suena viejo, desubicado. En algunos casos, hasta ofensivo. Era otra época, nos repetimos, como si eso explicara todo. Y sin embargo, nosotros seguimos más o menos igual. Con más arrugas y más historias. Con alguna cana más, los que ya las teníamos.
Seguimos hablando de lo de siempre. Lo que pasa es que ahora a todo le añadimos coletillas como “antes del COVID” o “en tiempos de la pandemia”. Como si esas fechas pusieran orden. Pero los problemas siguen ahí: el sueldo que no alcanza, las facturas que muerden, la sensación de que todo va un poco a la deriva.
Arriba, los mismos gestos. Los unos acusando a los otros. Los otros negándolo todo. Y todos, en general, sin mover un dedo. Mientras, en las redes, bandos y más bandos. Gente gritando, gente ofendida, gente buscando enemigos para confirmar lo que ya pensaban.
Falta gente. Personas que se fueron, algunas por culpa de un virus que nadie sabe del todo de dónde vino pero que se quedó, en formas distintas, en las noticias, en las estadísticas... En sillas vacías.
Y, con todo, aquí estamos. Resistiendo. O tirando, según el día.
Pagamos más por la luz, pero la encendemos.
Pagamos más por movernos, pero nos movemos.
Cobramos menos, pero tragamos.
Faltan cosas en el súper, pero no protestamos.
Y si protestamos, lo hacemos bajito. No vaya a ser.
Nos siguen diciendo que no hay mucho que hacer. Y nosotros, con silenciosa eficacia, lo aceptamos.
Ahora el malo oficial se llama Vladimiro. Y la está liando bien, ahí al este, a dos pasos. Pero de nuevo, caras largas, discursos largos… y hechos cortos.
Así que sí. Seguimos igual.
Y lo peor es que, muchas veces, ni nos importa.
Será cansancio. Será desánimo. Será que nos estamos acostumbrando.
Quién sabe.